The Petitte Fashion Week con Gocco
The Petite Fashion Week había comenzado. El frío invierno que ya había llegado a Madrid podría presagiar un número pequeño de visitas; sin embargo, no fue así. Nada más entrar por la puerta, no pude evitar esbozar una sonrisa al ver tal cantidad de familias decididas a pasar un buen día juntos. A medida que visitamos todos los espacios habilitados para los más pequeños, ese sentimiento alegre se tornó en cierta preocupación. Disney con la ya famosa Elsa y sus pintacaras, Samsung entreteniendo a los niños a través de un cuento interactivo, pantallas y tablets… Y allí estábamos nosotros, un astronauta y su copiloto cuya única herramienta para entretener a todos aquellos niños no era nada tangible, ni siquiera era algo que dependiera de nosotros. El espacio del que disponíamos no era muy grande, entre quince y veinte niños por pase habíamos pensado. Como siempre, antes de cada actuación, un millón de mariposas recorrían nuestros estómagos. En mi opinión no hay nada mejor, nada mejor que ese sentimiento completamente sincero que te hace saber que aún te ilusiona lo que haces. Poco a poco lo niños se fueron sentando y llegó la hora de comenzar. Frente a ellos, un astronauta y un puñado de estrellas tras él. Por nuestra parte, un traje, unas burbujas y una maravillosa historia que contar.
BIENVENIDOS! Comenzaba nuestro viaje. Un viaje en el que lo más importante eran y deben ser siempre los niños. Seleccionados especialmente para viajar al espacio y con un sello muy especial que los distinguía del resto. Justo entonces, comenzaba su preparación para convertirse en verdaderos astronautas. Un buen conocimiento de todas sus extremidades e incluso algunas pruebas de velocidad. Casi sin darnos cuenta había llegado el momento de subir a nuestra nave ROCKET. Justo entonces, aquella herramienta que por desgracia dejamos de utilizar a medida que crecemos, comenzó a funcionar. Para esos niños delante de sí ya no había cuatro paredes: había botones, ordenadores y un amasijo de metales que constituían la nave en la que viajarían al espacio. Tras prestar atención al robot comandante, todos a una realizábamos la cuenta atrás y, sin apenas movernos del sitio, llegábamos a mundos nunca antes visitados. Distintos planetas cargados de características que los hacían diferentes. Lo mejor de estos planetas es que podían ser de mil formas. Mientras que para mí eran azules y llenos de nubes esponjosas, para uno de nuestros viajeros era rojo y con arco iris y para otro multicolor y repleto de animales. ¡Bendita herramienta! Habíamos vuelto a la Tierra y aún quedaba una pequeña historia que vivir. Porque lo mejor de una historia no es contarla sino poder vivirla en compañía. Todos los niños acompañaron a su nuevo amigo Marco mientras agradecía a su madre el desayuno o jugaba en el recreo con sus amigos. Esos niños fueron felices, muy felices pero aún así quedaba recordarles un buen camino para continuar con esa felicidad: El AMOR. Y es que padres no hay más que los que ya tenemos y un abrazo con ellos es muchas veces, la mejor de la soluciones al mayor de los problemas. Después de viajar una y otra vez con tantos y tantos niños aprendí que con ellos uno sabe dónde y cómo empieza su viaje pero nunca la increíble forma en que terminará.
Fue maravilloso volver a sentir junto a los niños esa herramienta “espacial y terrenal” que convive con nosotros. Por suerte, mi profesión me permite contar con ella a menudo. Sin embargo, acciones como ésta me recuerdan la importancia de vivir y de cómo quiero vivir mi vida. No os olvidéis de que tenemos algo gratuito, algo que no se puede tocar ni comer, algo de lo que todos disponemos y nos puede llevar tan lejos y hacernos tan felices. ¡NUNCA DEJEIS DE IMAGINAR!
Jesús