¿Por qué no acepto un cachete a tiempo?

Hace poco tenía una conversación con una amiga sobre los castigos y los cachetes. Ella defendía que un cachete a tiempo a veces era más suave que un grito muy violento.

Y de nuevo vuelve a aparecer el juicio de valor. Ese que tiene un componente subjetivo y que dependerá de cada persona cómo pensar. Y yo quiero añadir, depende de para quién y depende de cómo lo mida.

No voy a entrar a juzgar si gritar es mejor que pegar a la hora de educar o a la inversa. Y no lo voy a hacer porque no lo comparto, porque creo que ambas opciones son violentas y porque creo que esta herencia violenta es cultural y social y además es responsable del mundo en el que todos vivimos.

Que nuestra sociedad está deshumanizada es una realidad. Y que muchas veces no nos respetamos, otra bien grande. De hecho me atrevo a decir que a menudo no nos conocemos, no sabemos quiénes somos ni qué queremos. Y aún peor, qué sentimos y por qué.

Conocernos pasa por aceptarnos, descubrir nuestros errores y trabajar por integrarlos; ver si los cambiamos y sobre todo, querernos así, con esos errores más o menos suaves.

Claro está que la edad y madurez es un grado. Y, aunque así escrito y leído parece fácil, reconocernos es una de las tareas más difíciles que existen.

Lamentablemente la mayor parte de la sociedad prefiere mirar el ombligo de los demás y criticar, que analizar cómo de sucio tiene su propio ombligo.

A la hora de criticar, también entran los niños. Es más fácil culparles de cómo son y de nuestro sentir (sin saber muchas veces ni siquiera qué sentimos), que aceptar que son niños: conocer sus necesidades, estudiar sobre sus procesos madurativos y evolutivos y aceptar que tus hijos son tu espejo. Y que vienen, entre otras cosas, a darte de bruces con tu realidad, y a observar cómo eso que tanto te saca de quicio, lo tienes también tú. Aquí radica para mí una de las maravillas de la maternidad, que duele cantidad, eso es cierto; pero también alimenta muchísimo el alma. Porque gracias a ellos podemos ser mejores personas.

Dentro de la crítica hacia el otro, aparecen los gritos y los cachetes a tiempo y los castigos (de estos hablaré más profundamente en otra ocasión).

Jamás defenderé un cachete a tiempo como arma educativa. No lo haré porque es violencia.

Jamás defenderé los gritos como herramienta educativa. No lo haré porque es violencia.

Y jamás defenderé los castigos como opción educativa. No lo haré porque también son violencia.

Y si queremos educar por un mundo mejor, debemos esforzarnos por dejar la violencia de lado. Y sobre todo por reconocerla.

Un cachete es un fracaso del educador. Un grito es un fracaso del educador. Y un castigo es un fracaso del educador.

Si no lo ves, estás en tu derecho, y respetaré tu opinión, pero ahí sí que soy tajante. Para mí es un fracaso del educador.

Ahora bien. Te diré y te confieso que soy una educadora que muchas veces fracasa. Que muchas veces grita y que este año hasta empujé a Cloe violentamente. También te diré que al momento estaba disculpándome. Porque no es correcto y no supe hacerlo de otra manera.

Yo que creía que jamás pegaría a mis hijos… No me castigué después, ni me culpé ni quise darle más bombo. Simplemente lo hice, era yo la que no tuve otras herramientas, era yo la que toqué fondo y fui yo quien se llevó un gran aprendizaje. Ella es una niña que tiene conductas de niña. Que aunque me saquen de quicio, son parte de su edad y su forma de ser, esa única y exclusiva que tiene cada niño. Y en nosotros se miran, aprenden y se moldean. Porque además, los niños son reflejo de lo que viven, nos guste o no verlo así.

Entonces, preguntaréis, ¿no es esto incoherente?

Para mí no, rotundamente no. Una cosa es que jamás defienda la violencia para educar, y otra muy distinta es que pueda llevarlo a cabo, sabiendo reconocer cuáles son mis automatismos y mi experiencia vital como persona, como hija y como madre.

Cada uno hemos tenido una experiencia y nos han educado pensando en qué era lo mejor para nosotros, sumando asimismo la realidad vivida por nuestros padres, que a su vez tenían la vivida por nuestros abuelos, y así hasta el infinito.

Todo esto queda en nuestro ADN, en nuestro linaje, en nuestra biología. A cada uno nos toca aceptar quién somos, de dónde venimos y sobre todo cómo podemos ser mejores personas, aun a sabiendas de que probablemente no seremos la persona perfecta que muchas veces soñamos con ser.

No a la violencia, no a los gritos, no a los castigos.

Eduquemos para la paz, eduquémonos para mejorar el mundo.