Mi parto en casa
Como ya os conté hace poco, había decidido dar a luz en mi casa. Fue una decisión muy meditada y tomada desde la responsabilidad y la consciencia.
Estaba de 40 semanas + 3 días y empezaba a impacientarme. Sinceramente, este pequeño retraso no lo llevaba del todo bien. Como casi siempre que quiero algo, lo consigo; me estaba costando mucho eso de esperar. Así que ese día, 20 de enero, recibí un mensaje de mi amiga Ana, una bella chamana de mi entorno, que me recomendaba enraizarme. Para muchos, esto será una locura. Sin embargo, para mí fue un precioso regalo que desencadenó nuestro parto.
Esa noche Ana me regaló un baile tribal: bailé a tierra, bailamos juntas y decidí echar raíces y sentirme parte de este mundo, no tanto hacia el cielo, sino más hacia la tierra. Esto fue por la noche, y unas horas más tarde, comenzaría mi primera contracción.
Después de un despertar de Cloe reclamando mamá a gritos, y muy necesitada de abrazos, intuimos que algo iba a pasar. Que Cloe se despertara así no es lo habitual. En un par de minutos se volvió a dormir. Claramente, ella sabía que algo pasaría. Tanto que fue su última noche como hija única en el hogar. Esto debió de ser hacia las 00:30. Yo volví al salón a tumbarme. Después de bailar, de abrazar a Cloe y de ducharme, me tocaba estar tumbada porque sentía que esa era la noche.
Y así fue. 1:27. Yo sola en el salón y llegó mi primera contracción. Conecté con toda mi preparación del embarazo, el hipnonacimiento y sobre todo el canto. Y empecé a emitir mi sonido. Ese que me acompañó durante todo el proceso. Esta primera ola era muy dolorosa. Me retorcí del dolor y lo sobrellevé cantando. Emocionada, hablé con Kian y le pedí ser la compañía que necesitaba para lograr mi objetivo: quería disfrutar de su nacimiento y lograr hacerlo en casa. Así que nuestras almas decidieron que así sería. No pude tener mejores compañeros de viaje 😉
4 minutos después llegó la segunda contracción. Y entre 3 y 5 minutos pasaban entre una y otras. Así durante unos 45 minutos, que ya avisé a Sintas, mi compañero. Intenté tumbarme por si podía descansar algo, pero no pude hacerlo. Con Cloe había sido un nacimiento mucho más lento. Un proceso más largo así que no podía imaginarme que con Kian fuera tan rápido. Aunque en el fondo, así lo deseaba: el dolor era grande. Y yo seguía sin gritar, concentrada en mi sonido y sobre todo en mi poder como mujer.
Pasó otra media hora y Sintas y yo nos reíamos bastante entre contracción y contracción. El se convirtió también en un gran compañero de trabajo de parto: me acariciaba en cada ola, aliviando mi dolor; me acompañaba con la respiración y me ofrecía lo que necesitaba: agua, velas, espacio, preparar la bañera… Fue una suerte contar con él.
Pronto avisamos a Laura, mi matrona y amiga. Le conté que esto parecía el parto, pero que lo veía muy rápido. Como a mí no me gusta molestar, no quería avisar a Amanda, nuestra otra matrona, hasta estar seguros. Estaba siendo muy rápido y quién sabía si iba a seguir así de veloz. Después de hablar con Laura y valorar si venía o no, le puse un whatsup… ¿podrías venir como amiga invitada a dormir en casa? Necesitaba tenerla cerca porque me daba seguridad (si la conocierais, además, sabéis de lo que hablo: es un ser de luz lleno de paz, algo que a mí me viene habitualmente genial).
Laura llegó y seguían las contracciones. Cada vez más seguidas y cada vez más dolorosas. Continuaba sin gritar, centrada en mí misma, en mi canto y en mi capacidad de dar a luz como mujer que soy. Llevaba tanto trabajo hecho que no fue tarea difícil, aunque sí dolorosa 😉
Lo único que me calmaba era estar en la bañera de casa. Laura infló la de partos en el salón mientras yo disfrutaba de un baño caliente en mi bañera. En ese momento Cloe se despertó, con el sonido de la bañera de partos inflándose. Así que Sintas con ella, Laura en el salón y yo sola en el baño. Ese rato se me hizo largo aunque no quedaba otra: cantar e integrar el dolor entre contracción y contracción.
Tenía muchas ganas de empujar, ganas de ir al baño, ganas de terminar. A Laura le pedí que llenara la bañera, a Sintas que viniera. Y así, con esas ganas, solicité a Laura un tacto. “Estás de 6-8”, me dijo. “¡Pero yo quiero empujar!” “Escucha tu cuerpo, es sabio”. Y ahí, mientras Laura iba a llenar de agua la bañera de partos, empujé. Sentí tanto alivio que Laura volvió. Sabía que ya estábamos en la recta final.
Amanda estaba de camino. Ella, que además tenía mono de parto, se perdió y no llegó a tiempo.
Eran las 5.45 y yo estaba empujando. “Cloe, ¿quieres ver a Kian nacer?” Sin dudarlo dijo que sí. Mi otro deseo cumplido.
Cada pujo me aliviaba. Sentí como si un globo se inflara dentro de mí, y la cabeza de Kian bajó. La sentía, la tocaba. Y mis miedos a ese anillo de fuego aparecieron mínimamente. Gracias a Laura que lo habíamos trabajado con imágenes. Y mi mente que también ayudó. Visualizar una de las imágenes hizo que dejara de sentir dolor. Salió su cabecita. La bolsa estaba intacta y se rompió justo al pasar por el canal de parto. La notaba, la sentía. Qué alegría más grande.
Justo llamó Amanda. No pudimos abrirle. Kian estaba ya casi con nosotros en nuestros brazos.
Rota de cansancio pedí a Laura que me ayudara. “Yo no puedo Cris, esto tienes que hacerlo tú”.
Saqué las fuerzas que creía no tenía, y en el último empujón, ya estaba Kian en mi cuerpo, en mis brazos. Pude cogerle y ponerle encima mía, con Sintas a mi lado, con Cloe en sus brazos y Laura junto a ellos. Emoción máxima.
Aún hoy me emociono de recordarlo. Ahí estuvimos, en el baño, disfrutando y esperando a sacar la placenta. Un par de pujos más y en media hora estaba fuera. Kian y su placenta unidos.
Después me llevaron a la habitación, empecé a temblar muchísimo. Entre temblores y risas me encontraba. Estaba muy cansada, así que me dormí con Kian en mi pecho. Laura y Amanda esperaron. Fue precioso sentirme cuidada. A mi ritmo, no al suyo. Y cuando me desperté entonces me miraron, cortamos el cordón a Kian, guardamos la placenta y seguimos disfrutando todos de todos.
Kian, Cloe, Sintas, Laura y yo. Justo quienes teníamos que estar. La logística estaba toda organizada pero finalmente ni fotos, ni compañía para Cloe ni siquiera una de las matronas. El Universo proveyó como tenía que ser y fue un nacimiento precioso, incluso mejor que como lo había visualizado.
No puedo más que agradecer a la vida por semejante experiencia. Gracias de corazón.
1 Comentario
Muy emocionante y emotivo, todo pasa como tiene que pasar y por algo pasa así.
La vida nos da lecciones a través de momentos, y sólo podemos darle las gracias por vivirlos y compartirlos.